Reflexión UD 2. Habilidades docentes. El mindfulness.

Hoy empezaré con una pequeña diatriba contra la escasa reflexividad que mostramos a la hora de adoptar nuevos términos y acabaré con una propuesta de actividad basada en la atención plena.

En las sociedades postseculares occidentales en que vivimos, encerrados todavía en una atmósfera laicista, incorporamos términos que creemos desconocidos y lejanos, exóticos y prestigiados, en la forma de neologismos. Últimamente está de moda el término mindfulness. A poco que se profundice en el estudio del término, se aprende que estamos ante una píldora de la meditación monacal como forma de vida presentada desde la angloesfera como la nueva panacea. Por tanto, si queremos practicarla, tendremos, ahora sí, que rascarnos el bolsillo.

Y, digo yo, no será más económico realizar las prácticas rituales que encontramos en nuestras sociedades y que, incluso, nos han podido enseñar nuestros padres y abuelos. No tendría más sentido arrojar una mirada sin prejuicios hacia lo propio antes de adoptar irreflexivamente lo ajeno. Quizá podamos encontrar diversas técnicas de concentración entre las prácticas monacales europeas.

Dicen que las ondas cerebrales que se producen en los rezos y en los cantos, incluso en los gregorianos, no son las mismas que logran producir los maestros zen en su meditación, aunque ciertamente hay semejanzas en los que se realizan en, por ejemplo, el monasterio de Athos, pero cuando lleguemos a este nivel de discusión habremos avanzado algo.

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Dicho esto, me gustaría proponer un ejercicio de atención plena y enraizarlo un poco más en su envoltorio original.


Aquí tenéis una pintura de Sesshū Tōyō en la que se aprencian unos monos balanceándose de rama en rama. Esta es una metáfora de nuestra mente yendo de un pensamiento a otro.

Lo que se pretende con la atención plena es que nuestra mente no divague, ya que es complicado que nuestra mente esté totalmente tranquila como el agua de un estanque, pues los pensamientos crean turbulencias en nuestro estado y van de uno a otro yendo y viniendo sin nuestro control.

La práctica de la meditación no es algo que se domine en un día, es un ejercicio que requiere entrenamiento y constancia. Me gusta emplear la metáfora de la doma del buey en referencia a este punto.



Uno de los personajes que más he estudiado en mi vida a distintos niveles es el monje indio Bodhidharma (estoy haciendo un doctorado sobre el tema, tenéis aquí mi TFM por si queréis echarle un vistazo), del que, cuenta la leyenda, estuvo nueve años en posición sedente meditando contra un muro.

Por supuesto, nosotros no disponemos de tanto tiempo, pero podemos evitar que los pensamientos de nuestros alumnos vayan de rama en rama y que se concentren durante unos pocos minutos antes de empezar la clase.
  1. Se podría pedir a los alumnos que entrecerrasen los ojos y que siguieran respirando normalmente.
  2. A la vez, tendrían que poner atención en contar sus respiraciones del 1 al 10 sincronizándolo con la respiración que ya tienen (sin alterar la respiración, esto también es importante).
  3. Y que viesen lo complicado que resulta contar 10 respiraciones sin pensar en absolutamente nada más. 
  4. Si les interrumpiera un pensamiento, tendrían que volver a empezar. 

En este proceso (de doma de buey) irían progresando en el dominio de la atención.

Es un ejercicio muy básico y, si tenéis espacio y oportunidades, se pueden proponer otros más dinámicos con materiales visuales, como la atención constante a unos murales y que se fijen en los detalles o que caminen en fila con un cuenco de agua bien cargado con atención a que no derramen nada, que caminen despacio y atentos.

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